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13 agosto 2012

No con el móvil en el bolsillo

Ese agua oscura que me está hipnotizando parece la solución. Tiras una piedrecita blanca y veo como se balancea en su camino hacia el fondo, como pierde nitidez hasta hacerse invisible. Este puerto debe de ser muy profundo para que el agua se vea tan negra estando tan claramente limpia y transparente bajo este sol radiante. No hay viento y el mar está en calma. Lo único que se ve en él son las medusas cercanas a la superficie y alguna que otra anguila surgiendo del fondo durante unos instantes para volver a refugiarse allí donde no llega la luz.

Mis hombros pesan. Sentade en esa tabla a dos metros del agua, cada minuto que pasa la vida se me hace más pesada. Una carga insoportable. Mirando a esa calma el tumulto en mi interior se hace terriblemente explícito. Siento una atracción desmesurada hacia esa paz que se me asemeja una huida fácil de este desasosiego. ¡Ya está! ¡Salto y le pongo fin a todo aquí y ahora! Sin dramas, sin espasmos, solo calma. Mi cabeza cada vez pesa más, esa atracción magnética está atrapando mi cuerpo, inclinándolo hacia el vacío sobre el agua. Tocas mi espalda. Recuerdo aquello que quería que hiciera antes de tomar una decisión así. Pero en este instante ninguno de esos dos gestos de amor son suficientes para vencer el hechizo de la oscuridad del fondo del puerto. Paz. Tengo que saltar.

Respiro hondamente y no siento el aire. ¿Será igual cuando sea el agua entrando a raudales? ¿Seré realmente capaz de dejar de luchar por mantenerme en la superficie y sencillamente descender hasta el fondo? ¿Moveré los brazos presa del pánico? ¿Intentaré gritar bajo el agua? Solo hay una forma de comprobarlo. ¡Allá voy!

Pero, ¿cómo saco mi caro móvil del bolsillo y lo dejo sobre la tabla sin que me preguntes qué hago? Tú...  Ahora que lo pienso, ¿cómo evito que me intentes detener? ¿O que hagas algo para rescatarme? Porque lo intentarías, ¿no? Ya sé, te puedo mandar a por algo al coche. Pero si dejo el móvil allí mientras tú te vas, seguro que alguien lo encuentra antes de que regreses y se lo queda. Todas las fotos. Lo que he escrito. No, mejor dártelo. Pero no tengo una excusa para que te lo lleves. Y no quiero saltar con esa máquina insumergible en el bolsillo. ¡¿Qué diablos hago con el dichoso móvil?! 

Te sientas a mi espalda y me abrazas por detrás. Me calma y eso aparca temporalmente las ganas de dejarme caer. Así que regresamos juntes hacia el coche y por el camino, todavía en el puerto junto a ese agua negra, me llega su sms, que tanto he echado de menos el fin de semana. Por suerte tengo todavía el móvil en el bolsillo.

08 agosto 2012

La penetración real es en la piel

Tanto que se habla de penetrar cuerpos, y en la práctica casi nadie lo hace realmente. Penetrar un cuerpo no es introducir algo en un agujero que ya existe. Eso solo es penetrar el agujero, no el cuerpo. La penetración real se hace a través de la piel, ese órgano que cubre por completo los lugares de nuestro cuerpo que no pueden ser penetrados sin rasgarla, abrirla, reventarla. O en todo caso a través de las mucosas, pero por el mismo proceso. Sin una herida sangrante, sin un objeto cortante o punzante, o sin un estiramiento tal que produzca una fisura, no hay penetración corporal. El sexo de la mayoría por tanto poco tiene que ver con la penetración de cuerpos. Yo sueño con esa penetración, con mis dedos húmedos de cálida sangre roja deslizándose en tu cuerpo.

06 agosto 2012

Depresión tal vez

No es la primera vez que al hablar con alguien cercane en las últimas semanas me dice que cree que tengo depresión. Y sin embargo, aunque el supuesto diagnóstico se repite en al boca de más y más personas, no consigo terminar de creérmelo. Depresión para mí es otra cosa que esto que me sucede. Algo que he sufrido varias veces en mi pasado. Pero lo que siento ahora es diferente. Tan diferente aunque al mismo tiempo sus efectos sean tan similares en algunos aspectos.

Jamás me he sentido más segure de mí, de mis ideas, de mi forma de actuar, de mi cuerpo, de mi... Jamás he sentido con tal fuerza que lo que hago es lo que se corresponde mejor con lo que siento ser y deseo vivir. Jamás he sentido que las relaciones que he establecido a mi alrededor han sido tan cercanas a mis ideales y mis principios. Jamás he sentido con tanta facilidad la alegría que puedo sentir por momentos en el último par de años. Jamás he sonreído tanto. Y sin embargo al mismo tiempo jamás he sentido que la vida tiene menos sentido para mí que ahora. Este cansancio vital que me hace estar harte del mundo, harte de luchar contra muros inderrumbables, harte de contruir para ver que todo está hueco y mis construcciones solo son aire, harte de levantarme por la mañana a otro día más en el que sentir frustración, soledad, dolor, fracaso, amargura, cansancio, desesperación, vacío, incomprensión, tristeza, incertidumbre, caos, desasosiego, furia, irritación, exaperación...

¿Cómo es posible sentir ambos extremos al mismo tiempo? Máxima felicidad y máxima infelicidad. Completa satisfacción y completa insatisfacción. Extrema seguridad y extrema inseguridad. Absoluta realización y absoluta desesperación. Suma serenidad y suma furia. Contar con los motivos más poderosos y válidos para vivir y carecer completamente de un sentido que dar a mi vida.

Esta constante lucha interna que siempre he sentido en un sinfín de asuntos está engullendo cada minúsculo aspecto de mi ser, de mi hacer, de mi estar, de mi sentir, de mi padecer. Está volviéndome loque.

Loque, sí, ¿pero qué padezco si quiero patologizar mi estado mental? No lo veo como depresión, tampoco como trastorno bipolar, ni como esquizofrenia, aunque siento que está muy cerca y al mismo tiempo muy lejos de todo esto. ¿Existe un diagnóstico para lo que describo? ¿Y con ello alguna droga que derrote a uno de los dos bandos de esa lucha? ¿O cómo mato este desasosiego cerebral sin matar al recipiente que lo aloja, lo produce y lo alimenta? 

04 agosto 2012

Completamente sole

Da exactamente igual cuántes amigues tengas, cuántas parejas acumules, cuántos familiares haya en tu árbol genealógico, cuántos hijes paras, cuántes amantes consigas, cuántes conocidos juntes en tu Facebook, cuántas cervezas te tomes con gente nueva o cuántes amigues de la infancia conserves al llegar a los 80. Da igual porque independientemente de todo eso, estás absolutamente y completamente sole. Tu dolor es tuyo. Tu vida, al final, siempre se acaba en soledad. Lo que es peor, siempre transcurre en soledad. Tus angustias, tus ansiedades, tus miedos, tus penas, tus incertidumbres... son solo tuyas. Tus noches lúgubres, tus amaneceres desesperanzados, tus días grises, tus anocheceres aterradores... en ellos solo estás tú, por mucha gente que tengas alrededor. Aunque compartas la cama en la que sudas de horror, la mesa en la que maltragas tu última cena o la calle en la que caminas maquinalmente hacia otro día vacío. En un mar de gente o en un océano de amor, es igual, sigues sole. En la vida no te tienes ni a ti. Aunque no puedas escapar de ti misme. Por no tener, no tienes ni tu vida.