Ese agua oscura que me está hipnotizando parece la solución. Tiras una piedrecita blanca y veo como se balancea en su camino hacia el fondo, como pierde nitidez hasta hacerse invisible. Este puerto debe de ser muy profundo para que el agua se vea tan negra estando tan claramente limpia y transparente bajo este sol radiante. No hay viento y el mar está en calma. Lo único que se ve en él son las medusas cercanas a la superficie y alguna que otra anguila surgiendo del fondo durante unos instantes para volver a refugiarse allí donde no llega la luz.
Mis hombros pesan. Sentade en esa tabla a dos metros del agua, cada minuto que pasa la vida se me hace más pesada. Una carga insoportable. Mirando a esa calma el tumulto en mi interior se hace terriblemente explícito. Siento una atracción desmesurada hacia esa paz que se me asemeja una huida fácil de este desasosiego. ¡Ya está! ¡Salto y le pongo fin a todo aquí y ahora! Sin dramas, sin espasmos, solo calma. Mi cabeza cada vez pesa más, esa atracción magnética está atrapando mi cuerpo, inclinándolo hacia el vacío sobre el agua. Tocas mi espalda. Recuerdo aquello que quería que hiciera antes de tomar una decisión así. Pero en este instante ninguno de esos dos gestos de amor son suficientes para vencer el hechizo de la oscuridad del fondo del puerto. Paz. Tengo que saltar.
Respiro hondamente y no siento el aire. ¿Será igual cuando sea el agua entrando a raudales? ¿Seré realmente capaz de dejar de luchar por mantenerme en la superficie y sencillamente descender hasta el fondo? ¿Moveré los brazos presa del pánico? ¿Intentaré gritar bajo el agua? Solo hay una forma de comprobarlo. ¡Allá voy!
Pero, ¿cómo saco mi caro móvil del bolsillo y lo dejo sobre la tabla sin que me preguntes qué hago? Tú... Ahora que lo pienso, ¿cómo evito que me intentes detener? ¿O que hagas algo para rescatarme? Porque lo intentarías, ¿no? Ya sé, te puedo mandar a por algo al coche. Pero si dejo el móvil allí mientras tú te vas, seguro que alguien lo encuentra antes de que regreses y se lo queda. Todas las fotos. Lo que he escrito. No, mejor dártelo. Pero no tengo una excusa para que te lo lleves. Y no quiero saltar con esa máquina insumergible en el bolsillo. ¡¿Qué diablos hago con el dichoso móvil?!
Te sientas a mi espalda y me abrazas por detrás. Me calma y eso aparca temporalmente las ganas de dejarme caer. Así que regresamos juntes hacia el coche y por el camino, todavía en el puerto junto a ese agua negra, me llega su sms, que tanto he echado de menos el fin de semana. Por suerte tengo todavía el móvil en el bolsillo.