Meses y meses sin cruzarnos, sin tener el más mínimo contacto y, cuando ya apenas recuerdo que existes, me topo contigo en la puerta de la casa. Por supuesto, solo para reafirmarme que nunca escuchaste ni una palabra de lo que dije y que en realidad me has archivado en tu memoria justo como lo contrario de lo que yo intenté durante meses y meses explicarte que era. ¿Cuáles son las primeras palabras que escucho? Mi antiguo nombre y una serie de adjetivos sobre mí todos terminados en femenino. Eres una necia. Tanto intentar mostrar que respetas, que eres cool, que no tienes ningún prejuicio, y ni siquiera has aprendido después de relacionarte durante años con una persona queer las más mínimas reglas de etiqueta para no ofender, para no exhibir tu carencia de entendimiento. ¿Y total cómo ibas a hacerlo de otro modo? En tu cabeza has decidido que yo fui tu único rollo lésbico y que eso te reafirma como esa bisexual que tanto habías ido anunciando y deseando ser. Te equivocas. No fui ni podría ser nunca eso que crees que necesitas para dar validez a esa identidad que tanto deseas adquirir. Por mucho que me agredas usando los nombres, los pronombres y las terminaciones equivocadas no puedes someterme a tu cerrada percepción cisheteronormativa sexista binaria de la sexualidad, del género-sexo y de la identidad.
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