Antes de ayer hablaba de esta flor, Amorphophallus titanum, que floreció en el invernadero del Jardín Botánico de Copenhague en medio de una masa humana, el furor de los medios de comunicación y colas de varias horas para entrar a verla. Una flor que se caracteriza por tres cosas: su enorme tamaño, el florecer una vez cada 10 años y su espectacular tufo a carne putrefacta. El hedor era perceptible desde la entrada del Jardín. Y sin embargo eso no era suficiente para detener las hordas humanas que seguramente jamás habían oído o visto esta planta y que no obstante se colocaban en fila durante largos períodos para ver el bello ejemplar y poder tomar una foto para contar que habían estado allí. El resto del año, el Jardín Botánico está desierto. Es gratuito y está cerca de donde vivo. Yo que voy a menudo sé que la planta, sin flor, no tiene visitantes. No despierta el más mínimo interés.
Esta experiencia es la misma por la que durante años dejé de ir a museos, incluso habiéndolos amado desde que era pequeñe. Incluso adorando el arte. Es el mismo motivo por el que apenas nadie sabe que me interesan esas cosas. Odio a la gente que no visita nunca un museo en su ciudad y cuando viaja se traga el Louvre en busca de los escasos cuadros que puede reconocer de haberlos visto en la guía de viajes. Odio la gente que se hace la interesante mirando durante 20 minutos El Guernica cuando no tiene el menor interés en arte. Odio la gente que no pisa un sitio a no ser que sea algo que "hay que hacer".
Una planta que apesta. Y una masa de humanes que estropean la experiencia a les que sí que visitamos esos lugares el resto del tiempo. Así es siempre cuando algo se vuelve "obligatorio".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes problemas para dejar tu comentario, vuelve a pulsar en "Publicar". Casi siempre con insistir un par de veces funciona. Si no también puedes enviármelo a mi email en lilleskvat(a)gmail.com