18 agosto 2010

Ninguna etiqueta pero muchas etiquetas

Como ya he dicho muchas veces, estoy en contra de etiquetarme de forma cerrada. No me gusta que me identifiquen con un grupo en concreto porque eso:
     1. Conlleva muchos aspectos con los que no suelo estar de acuerdo o no me puedo identificar.
    2. Excluye muchas partes que se consideran opuestas a esa etiqueta que yo considero igual de adecuadas para identificarme.
     3. Parece que hace de esa etiqueta el centro de mi identidad excluyendo todas las demás cosas que soy.

Para que quede más claro, voy a poner un ejemplo.

Si digo que soy mujer: 
     1. Parece que con ello estoy diciendo muchas más cosas que el hecho de que mis cromosomas sean XX. Parece que me tengo que identificar con una serie de comportamientos, sentimientos, personalidades, etc. que con seguridad no siento que me corresponden. Quizá ser mujer para algunas sea llevar tacones, pensar que la maternidad da sentido a sus vidas o comportarse de forma comedida. Para mí no lo es. 
     2. También parece que por ello estoy diciendo muchas otras cosas además de que mis cromosomas no son XY. Al decir que soy mujer parece que tengo que entender que soy lo opuesto a un hombre. Como si los hombres fueran el único otro género posible. Como si los hombres fueran necesariamente algo opuesto a mí. Como si yo no pudiera a menudo identificarme con muchas cosas que se consideran aspectos de un hombre.
     3. Parece que estoy dándole prioridad a ser mujer frente al hecho de haber nacido con 7 meses o haber comido de forma vegana durante más de un lustro. ¿Por qué es esa etiqueta la que define mi identidad antes de las otras?
Y es que en realidad, ni siquiera el asunto de los cromosomas me convence. ¿Definen mis cromosomas mi género? ¿O es la cultura? ¿O mi psicología? ¿O son otros factores que desconozco?

Entonces las etiquetas cerradas me agobian. Pero aun así veo la necesidad de tener una identidad, que sin duda es fluida y cambiante, además de no cuadriculada, pero que incluso así existe. Y por ello también me veo obligada a usar etiquetas. Para explicarme a mí misma quién soy. Para explicárselo a los demás. Y en muchos casos, para luchar por el respeto de mis derechos.

Pero, ¿qué etiquetas debo utilizar entonces para hablar de mi identidad? ¿Mujer? ¿Bisexual? ¿Lesbiana? ¿Española? ¿Vegana? ¿Adulta? ¿Bloguera? La respuesta estoy encontrando últimamente que está en usar muchas etiquetas, y muchas de ellas incluso supuestamente opuestas. Soy mujer, aunque a veces puedo ser hombre. Soy inmigrante, aunque también soy emigrante y una lugareña. Soy española, aunque también soy danesa. Soy bisexual, aunque no me identifico necesariamente con esa palabra más que con ser lesbiana y ser queer. Soy blanca, aunque sin duda me identifico con los que son considerados marrones y a veces negros. Soy adulta y al mismo tiempo vivo como una adolescente...

Conclusión: no me gustan las etiquetas y en cierto modo por eso, viéndome en la necesidad de definirme ante mí misma o ante el mundo, mi identidad se transforma en una larga lista de adjetivos desordenados. En todos ellos hay algo de verdad. En todos ellos probablemente también hay algo de mentira. Cuanto mayor es la lista, más exacta y por tanto verdadera es la impresión sobre mí que se puede obtener, pero al mismo tiempo más cerrada y también llena de falsedades.

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