Hace ya algún tiempo que me había percatado de ello, pero con el paso de los años se va haciendo más visible y más específico. Tengo un fetiche muy claro con algunas imágenes. Su belleza me deja sin aliento. Se graba en mi mente y crea una impresión perenne. Estas imágenes no solo son fotográficas. En mi cabeza voy archivando sin buscarlo escenas congeladas en un único fotograma, objetos retratados de un poder quasi mágico sobre mí, imperfecciones fosilizadas de tal modo que toda su belleza resplandece, gestos dibujados que aceleran mi pulso...
En la cultura que vivimos tan visual en realidad consumir imágenes no es nada extraño. Y sin embargo, yo siento que el mundo las engulle sin saborearlas y las defeca sin haberlas digerido. Entre millones de impresiones visuales abordándonos cada día, la sensibilidad se entumece y se pierde el sentido erótico de la belleza que nos rodea. A mí también me sucede. Pero por suerte aún así quedan perlas que me devuelven a ese estado contemplativo activo en el que mi mirada se recrea y mi memoria más tarde crea.
Una de las personas que es capaz de crear esas imágenes que me arrancan con violencia del letargo de insensibilidad es Jackie Baier. Algunas de sus fotografías sinceramente me tocan en un lugar que ni siquiera entiendo.
Esta semana está en Copenhague visitando el festival de cine LGBT+ del que hablé el otro día presentando su película sobre Chantal, sobre la que ya escribí hace tiempo, y tomando fotografías de la gente para su The Portrait Project. La impresionante colección de fotografías incluye las imágenes más bellas que he visto de muchos de mis buenos amigos. Si alguien desea hacerse una foto, solo hay que visitar Warehouse9 entre las 14 y las 19 horas hasta el 30 de octubre.
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