Mis padres me bautizaron con un nombre que no me gusta. Tampoco es que lo odie. Sencillamente no me parece apropiado, porque es un nombre que es asignado a un género concreto. Y yo no me identifico con ese género, y tampoco quiero que la gente pueda deducir mi supuesto género solo con oír mi nombre. Por eso, aunque ya hace bastante que utilizo otro nombre en algunos ambientes, no lo había extendido a todo el mundo. Sabía que costaría resistencia. Y sin embargo, como cada vez siento más y más rechazo por la feminidad de mi nombre oficial, finalmente he decidido hace poco cambiarlo en todas partes.
Así, lo primero que hice casi fue cambiarlo en mi firma y en las páginas que utilizo en Internet. Y después me he ido presentando con ese nombre. Es decir, no he hecho un gran discurso estilo "ahora me tenéis que llamar así" pero he empezado sencillamente a cambiar todo.
En mi caso el nuevo nombre no tiene género y tampoco está tan lejos del nombre anterior, con lo que la gente (ni siquiera los más tradicionales y heterosexistas) no debería sentir especial dificultad en asociarme el nuevo nombre. Y sin embargo, de cualquier modo estoy viviendo el proceso por el que tiene que pasar una persona transgénero cuando cambia su nombre: alguna gente se niega a utilizar el nombre nuevo, otra gente ni se da cuenta, a la mayoría aunque lo intenta le resulta difícil. Sin embargo, las personas transgénero y los pocos cisgéneros con sensibilidad trans que conozco desde el principio han captado sin decírselo que quería utilizar ese nombre, lo han respetado y han incluso celebrado y felicitado mi decisión. Los demás todavía siguen luchando. Al final veo que voy a tener que hacer el discurso "no me llamo tal, me llamo cual". Aunque preferiría evitarlo.
Hola, Lille.
ResponderEliminarVoy a contarte un poco mi experiencia que, aunque no es exactamente como la tuya, creo que está muy conectada.
Tengo algunos recuerdos agridulces de mi infancia relacionados con la disforia de género. Entre ellos, está aquella dichosa pregunta que tantas veces tuve que responder durante los primeros años de mi vida: <<¿Eres un niño o una niña?>>. Al final, mi nombre siempre delataba algo que yo deseaba ocultar por encima de todo.
Visto desde mi perspectiva actual, resulta muy gracioso recordar cómo los niños y, especialmente, los adultos se quedaban incrédulos cuando oían mi nombre. En otros casos, cuando no me conocían, yo misma me presentaba con un nombre masculino; o, en última instancia, intentaba convencer a la otra persona de que mi nombre no era sólo para niñas. :D
Puesto que, supuestamente, padecía un “caso severo” de disforia de género (según la psicología clínica setentera), mis padres empezaron a preocuparse y decidieron llevarme a un psicólogo infantil cuando tenía 8 ó 9 años de edad. En la consulta, me resultaba muy incómodo tener que cuestionarme, delante de un adulto, las diferencias entre las mujeres y los hombres (cómo se llaman, cómo se visten, cómo son los genitales de cada uno, etc.), pero, sobre todo, sufría con la idea que, sutilmente, trataban de hacerme entender: <>. Al final, mis padres pensaron que era absurdo “reeducar” a una niña de esa manera. Si yo me sentía niño, así sería… No duré más de dos semanas yendo al psicólogo. :-)
Siempre tuve la gran suerte de contar con unos padres muy tolerantes y sensibles. Mi madre, cuando alguien en la calle le hacía algún comentario del tipo ”qué niño más lindo”, prefería no aclarar que yo era una niña, para no hacerme sentir mal. En definitiva, tenía la libertad de parecer un niño y comportarme como tal, pero mi nombre siempre estaba ahí para recordarme a mí y al mundo que algo iba mal con mi identidad de género.
Y así estuve hasta el inicio de la pubertad, cuando llegó el tan temido día en el que me bajó la regla por primera vez. A partir de ese momento, algo hizo “clic” en mi cabeza, sin ser consciente ni proponérmelo, y comencé un proceso natural de “feminización”. No sé muy bien cuál fue la causa de este cambio tan radical y repentino (¿los estrógenos? ¿la sociedad? ¿ambas cosas?) y todavía, a día de hoy, no entiendo cómo es que todas las vivencias de mi infancia y pubertad no han tenido un impacto más palpable en mi vida actual… O quizá sí lo hayan tenido, pero no tanto como hubiera cabido esperar. En cualquier caso, hay temas (transexualidad, transgénero, travestismo, intersexualidad...) que siempre me han afectado de una manera muy especial.
Actualmente, en presencia de algunos amigos, me gusta referirme a mí misma, medio en broma medio en serio, a través de un nombre masculino. Y en muchas ocasiones, de manera involuntaria, cuando fantaseo, soy un hombre. No sé, mi cuerpo nunca me ha causado rechazo, pero… Ojalá pudiera alternar mi sexo con un simple chasquido de dedos. Ése es mi gran sueño. :p
Vamos, lo que quiero transmitirte con todo este rollazo personal es que empatizo contigo.
Un beso.