18 septiembre 2008

Soportar al profesor o soportar a los alumnos

Yendo a clase en la universidad en Dinamarca uno acaba preguntándose si es mejor soportar a un profesor engreído o a unos alumnos que sufren de la misma enfermedad. Me explico:

Aquí en Dinamarca, cuando vas a clase, se espera que hayas leído por adelantado los textos de apoyo para la clase, que hayas investigado sobre el tema a tratar y que te hayas formado una opinión y un conocimiento básico. El profesor en la clase está para:
  • Guiarte por lo que a él le parece más importante.
  • Destacar de los textos leídos los puntos con los que está de acuerdo y explicar aquellos con los que está en desacuerdo.
  • Contestar a preguntas y dudas, aclarar todo lo que los alumnos no hayan comprendido.
  • Profundizar en el tema tratado, relacionándolo con otros temas, autores y textos.
  • Ser una fuente de bibliografía de la que conseguir referencias sobre títulos que leer si uno desea investigar más sobre un asunto en concreto.
Los alumnos tienen el poder y la capacidad para criticar las opiniones del profesor o del autor de los textos y encontrar sus propias referencias cruzadas con otros temas de interés. Y de hecho se espera que los alumnos sean críticos.
En España, al menos en mis cursos, el profesor está allí para leer sus apuntes o darte una charla magistral como autoridad en la materia. Los alumnos son simples receptores de conocimiento, no hay intercambio de ideas. El profesor explica, el alumno toma apuntes. El profesor dice, el alumno estudia lo que el profesor ha dicho. Y desde luego que son pocos los que se preparan por adelantado el temario del día o los que investigan para informarse en otros textos que no sean el obligatorio. El pensamiento crítico desde luego que no se fomenta. De hecho, las autoridades de tal o cual materia se aprenden y ya. No se discuten sus ideas. Y por supuesto que tampoco las del profesor cuando lo tienes delante en una clase con cien personas: no hay que poner en evidencia al pobre hombre... Sobre todo porque se suele sulfurar o si no directamente (como me dijo a mí uno hace menos de medio año en una universidad española) te hace la pregunta: ¿Y usted quién es para criticarme y poner en duda mis afirmaciones? A lo que yo tuve que contestar: Soy su alumna, señor profesor. Queriendo decir, por supuesto, que como tal, soy una persona con cerebro y pensamientos que tiene derecho a preguntar, dudar y pedir explicaciones si lo afirmado me parece, como poco, dudable.
Según lo que acabo de decir desde luego debería ser muchísimo más agradable ir a una clase danesa que a una española. Aquí no hay nada de tener que aguantar a profesores engreídos que te obligan a estar presente mientras pavonean sus egos delante de cien personas sin dejar que nadie diga nada. En vez de eso un lugar donde el intercambio de ideas y el pensamiento crítico pueden florecer. Sin embargo, como pasa tan frecuentemente, entre la teoría y la práctica suele haber un abismo... Y así, en estas clases danesas nos encontramos con que los alumnos son muy competitivos y en lugar de ir a aprender y a ampliar sus conocimientos, lo que van es a lucir sus habilidades, su retórica, sus lecturas y su capacidad de crítica. Y así, en vez de tener que escuchar al profesor engreído de turno, lo que tenemos que aguantar en una clase es a los alumnos engreídos, y de esos hay muchos. No hablan para comentar, para aprender, para valorar, para intercambiar ideas, para recibir información, para descartar falsos caminos y encontrar nuevas rutas, etc. Habla para mostrar las muchas palabras de raíz latina que conocen (el poder hablar con vocabulario de raíz grecolatina en lugar de anglogermánico aquí es visto como algo académico y más elevado) y para mostrar que son expertos en tal o cual tema. Y lo triste es que esos expertos son simples estudiantes de primer o segundo año que no saben casi nada del tema tratado, solo se han leído un par de artículos, un libro con suerte y ya creen que saben todo. Y digo con suerte, porque a menudo no han leído pero su sentido innato de crítica les dice que hay que opinar de tal o cual modo y llevar la contraria al autor del texto estudiado o al profesor. Así que al final lo que nos queda es una clase en la que el profesor intenta cumplir su papel y los alumnos se dedican a sabotearla para conseguir "puntos" o, lo que es lo mismo, admiración por parte de los demás. ¡Y ninguno lo consigue porque son todos igual de engreídos y solo se gustan a sí mismos!
Concluyendo entonces, es insoportable tener que aguantar a engreídos, tanto en versión profesor como en versión alumno. Pero al menos, si es un profesor o alguien con conocimiento, el que escucha puede intentar ignorar los discursos egocéntricos de autoadmiración y centrarse en la parte útil que el que habla puede proporcionarte. Sin embargo, si es un alumno o un ignorante (y aquí sinceramente casi es lo mismo) lo único que te queda al final es una sarta de autoalabanzas de las que no has podido aprender nada. ¡Y sales de clase con una sensación de hastío que te quita las ganas de volver!

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