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Para empezar había clase de baile durante una hora con un profesor, Murari Lal Saini, que molaba muchísimo. Era el típico gay de estilo de oriente próximo y oriente medio, con muchísima gracia al hablar, un dominio de sus movimientos increíble y muy pero que muy femenino.
Después había una hora de concierto con Anita Lærke, una rubia danesa que canta en punjabi, un dialecto de la India, y que ha tenido mucho éxito allí en India y entre los emigrantes del subcontinente en el resto del mundo, supongo que en parte por su apariencia nada india.
Por último había una hora de música de Bollywood y de música punjabi, para que la gente, sobre todo los indios, bailara. Y lo hacían de maravilla.
Y entre medias de todo eso había actuaciones: de una niña pequeña bailando rajastani, de una danesa en los setenta (Bente Nielsen) bailando tradicional, y de algún que otro indio tocando instrumentos de allí.
El caso es que estaba muy bien y atrajo a mogollón de indios, paquistaníes, bangladesíes y sri lankeses. Eso, por su parte, lo hacía todavía más guay porque ellos saben cómo bailar al ritmo de esa música, que es también la que yo escucho a menudo.
Y por un día todos esos inmigrantes pudieron sentir el orgullo de ser de otro sitio y la admiración de todos los daneses que estaban allí fascinados con la música y los movimientos de caderas. Así, por unas horas, de "perkere" (que es como "moro" en español o "paki" en inglés, algo negativo para decirle a los extranjeros) pasaron a ser fascinantes y positivos. Una pena que no sea así el resto del tiempo y que haya tan pocas de esas actividades que acercan los unos a los otros.
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