Estaba viendo en la tele a esos sufíes que dan vueltas para entrar en trance y, por ello, sentir el contacto con Allah y me ha hecho pensar en que en realidad en todas las culturas tenemos esa especie de pasión por buscar formas de estar en trance. Y en general las formas son similares: por medio de movimientos, baile, música repetitiva, consumo de sustancias, producción de sonidos constantes y similares. Así por ejemplo, los masais lo hacen saltando, los aborígenes australianos con el didgeridoo, los monjes tibetanos con los mantras, los indios americanos bailando alrededor de la hoguera, los japoneses tocando los tambores taiko, los yemeníes consumiendo qat, los hippies con los porros y el LSD, los occidentales en las raves toda la noche, los pobres en los bancos con el cartón de vino o la botella de cerveza, las beatas recitando el rosario en la iglesia, los aventureros lanzándose desde un avión en paracaídas, los niños pobres de las calles esnifando pegamento... La lista sería infinita. Parece que a los humanos esa sensación de trance nos atrae. A veces es con el objetivo de alcanzar a un dios, de comunicarnos con él, otras con el objetivo de sentirnos libres, otras para celebrar un evento, otras para sentirnos parte del grupo, otras para buscar explicaciones de formas esotéricas, otras para perder la sensación de angustia, otras para atraer a alguien... Al igual que las formas, los motivos son infinitos.
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