Estaba el otro día sentada en el Patio de los Leones en la Alhambra viendo como los turistas pasaban en decenas, o más bien centenas, con sus super cámaras haciendo fotos a todas las esquinas y azulejos. Me asombraba y molestaba, como siempre, esa forma que tienen los turistas de hacerse culturales cuando no lo son en su propia ciudad. Me alucina siempre como la gente si está de viaje va a ver el museo tal, la catedral cual, el monumento tal y la exposición cual, todo lo que pone en la guía que hay que hacer en esa ciudad en cuestión. Y lo mejor de todo es la de tiempo que pasan delante de determinados sitios porque lo pone en la guía. Si están en un museo y en la guía pone que hay que ver La Gioconda, 2.000 personas se están pegando delante para ver y hacer una foto al cuadrito diminuto. Sin embargo, en el mismo museo, el Louvre en este caso, pueden pasar sin ni siquiera mirar al lado de obras impresionantes de una mayor relevancia para la historia del arte universal. Si no se percatan de que en la guía está mencionada, ni giran la cabeza, siguen a toda caña hasta la siguiente obra destacada por su guía o por el guía que les va mostrando una selección del museo.
Lo más patético es ver cómo hacen fotos y miran haciéndose los intelectuales e interesados. Me pregunto yo cuántas personas de las que hacen fotos a los azulejos luego miran esas fotos en su casa más de medio segundo. Me pregunto yo cuántos ven la maravilla que hay detrás del Guernica de Picasso de los muchos que están mirando con atención el cuadro en el Reina Sofía. Y cuántos estarían mirando tal escultura si no lo pusiera en la guía o si el guía turístico no estuviera señalando en esa dirección.
Me pone enferma en particular ver que esas personas habitualmente nunca van a ver los museos de su ciudad. Por ejemplo, muchísimos madrileños jamás han estado en el museo del Prado, una de las mejores pinacotecas del mundo, pero si van a Túnez se van a ver el museo del Bardo, que sin desmerecerlo, es menos importante.
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