13 junio 2008

Escuchar homofobia o similares y no poder decir nada

A mí, en mi vida de cada día, me encanta poder romperle los esquemas a la gente que se cree muy lista en algo que no lo son. Es como cuando alguien te dice "tengo un radar para detectar si alguien es marica. A esa gente se le ve" y tú poder decir "¡Ah sí! ¿Y cómo son, cómo lo haces, cuéntame?" y escuchar una ristra de barbaridades, prejuicios y sencillas estupideces, mientras te ríes por dentro pero mantienes la compostura, para al final poder decir "¿Y te ha dicho tu radar que yo soy lesbiana?". Disfruto de esos cortes tajantes y duros y de poder dejar a los prejuiciosos en su sitio. En mi vida fuera del armario desde ya hace mucho tiempo, incluso ahora que no me haría falta porque en la práctica ahora vivo la parte fácil con un hombre, dar ese tipo de bofetadas verbales a la gente es un placer.

Sin embargo, en alguna que otra desgraciada ocasión este disfrute se transforma en un agrio meterse en el armario de vuelta a patadas. Se trata de las escasas, pero existentes ocasiones en las que la persona con la que estás y que está diciéndote toda clase de comentarios homófobos tiene por alguna razón la sartén por el mango. Por ejemplo si estás de turismo en un país en el que la homosexualidad no es legal y se castiga con pena de muerte, como he probado, no vas tú a contestar "Pues que sepas que yo lo soy". Está muy bien salir del armario, pero todo con cabeza. Una cosa es contestarle mal a un españolito o danesito de a pie, otra cosa es al que potencialmente te puede quitar la vida.

En ocasiones el riesgo y el peligro no son tan reales, pero la persona está haciendo algo que para ti es importante que se haga sin animosidad y mal rollo hacia ti o tiene un poder que hace que no puedas contestar como quieres. Sería el caso de un jefe homófobo pero un trabajo que necesitas o te gusta. O un profesor homófobo mientras estás haciendo un examen oral. O un cirujano que te va a operar y no quieres que te deje las tijeras dentro porque el otro día le caíste mal.

Lo peor de todo es que toda esta gente sabe que de un modo u otro tú les estás en deuda o que estás bajo su poder, y por eso a menudo las mayores barbaridades que uno puede oír no vienen de la boca de alguien a quien se puede contestar y volver a poner en su sitio, sino de alguien que te deja a ti fuera del tuyo ensuciado con sus heces verbales.

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